BIOGRAFÍA
Hermana Mª Cristina de Jesús Sacramentado
CARMELITA DESCALZA
Sevilla
Mª Cristina de los Reyes Olivera nació el 7 de Julio de 1890, en el nº 5 de la sevillana calle Clavellinas. Allí vivían sus padres, José de los Reyes y Elisa Olivera desde su boda el año 1888. Tenía él entonces 26 años y ella 22. Su padre, siguiendo la tradición familiar, había aprendido el oficio de carpintero ebanista, trabajo muy pujante en estos años. Fue bautizada el 28 del mismo mes en la Iglesia de S. Juan Bautista “de la Palma”.
Mª Cristina era sevillana y andaluza por los cuatro costados. “Esta sevillanía fue feliz augurio del genio alegre de Cristina; pues, a despecho de una existencia cuajada de desgracias, penas, dolencias, incomprensiones y dolores “a secas”, conservó inalterable su buen carácter, su temperamento jovial, su buen humor, su buen hacer y su lindo decir”. ( P. Ismael. Vida y recuerdos. pág. 11).
Su familia se trasladó muy pronto a Huelva; cuando Mª Cristina contaba tres o cuatro años.
Huelva
Primeros Años.
Felices fueron los primeros años de la infancia de Cristina. Su familia gozaba de bienestar y buena posición social. Era una niña alegre y traviesa.
Muy pequeña aún, descubrió que existía un SER SUPREMO al que adoraba y contemplaba en silencio. Con frecuencia, y mientras todos creían que jugaba, se apartaba a uno de los rincones del taller de carpintería de su padre, para poder compenetrarse con ese SER SUPREMO que tanto la atraía.
Tuvo dos hermanos: Rafael (1894) y José (1901) que murieron a los pocos meses de nacer.
Desde la muerte de su madre, “Páginas que sólo se leerán en el cielo” comienzan en la vida de Cristina.
El 15 de marzo de 1902, Mª Cristina pierde a su madre. Ya no volvió a encontrar el calor del cariño de una madre.
Su padre se casa con Mª Dolores Olivera, tía de Cristina.
De su nuevo matrimonio nacieron cuatro hijos: José (1904), Rafael (1906), Emilio (1907), que murió a los 9 meses, y Mª Salud (1913). Mª Cristina los amó con locura y ayudó a su madrastra en su educación.
A los pocos años su padre enferma de tuberculosis. Poco a poco decae el negocio de talla y ebanistería familiar. La situación económica cambió radicalmente. Toda la familia sufrió, desde entonces, las consecuencias de la pobreza.
Aquí empezó para la joven Cristina un duro y prolongado “calvario”. Sus hermanos eran aún muy pequeños; carecían de lo más elemental para vivir. Se le partía el alma al ver que no tenían medios para atender a su padre, tan enfermo, y a sus hermanitos que necesitaban alimentarse para crecer y jugar como todos los niños.
Ella se hizo cargo de la situación precaria de su familia, la aceptó con dolor y se puso a trabajar. A su padre, intentaba ayudarle, pidiendo y recogiendo cuanto le daban.
A sus hermanitos los cuidó como si fueran sus hijos. Se las ingeniaba para que nada les faltase. Como tenía mucha habilidad para los trabajos manuales, les hacía mil cosas de papel fino con recortes que le daban en las tiendas, molinos de viento con papeles de colores y, con sus largos palos, jugaban y corrían felices. Con una caja grande de sombreros, les preparó una plaza de toros. Así “sus niños” gozaban y no se entristecían por no tener lo que tenían los otros niños de su edad. Aunque el jabón escaseaba procuraba que estuviesen siempre limpios. Siendo ya monja Carmelita Descalza, al recordar esta situación familiar, se le caían lágrimas de dolor.
En la Fonda Ávalo.
La muerte de su padre el 13 de septiembre de 1913 marcará una nueva etapa en su vida. Mª Cristina entra como criada en la fonda Ávalo de Huelva, y con el tiempo se hará cargo del servicio. Allí permanecerá unos ocho años, hasta su entrada en el Carmelo.
Años muy ricos en gracias del Señor. Su vida de oración se fue haciendo más intensa. Cristina experimenta en sí algunas gracias místicas, a veces en público.
Comienza a difundirse en Huelva su fama de santidad.
“Soy muy pobretica.
No se cómo el Señor se ha fijado en esta pobre criatura: un microbio.
Pero, el amor de mi Dios me chifla.
Se pierde en esa intensidad divina.”
Ogíjares
En el Carmelo de Ogíjares (Granada)
En el Monasterio de la Sagrada Familia de Ogíjares (Granada) de Carmelitas Descalzas, entró Mª Cristina el 24 de Enero de 1921. Las dotes que llevó consigo, como ella decía: Pobre, ruda y enferma. Sin embargo, su comunidad la recibió con los brazos abiertos, sabían que Dios ponía en sus manos un alma grande.
“Ya soy toda de Jesús, Él es todo mi vivir”.
El día de la Asunción de la Virgen, 15 de agosto de 1921, Mª Cristina, llena de gozo, tomó el hábito, adoptando el nombre religioso de Mª Cristina de Jesús Sacramentado. Profesó el día 20 de agosto del año siguiente. Este día grande escribía: “Ya soy tu esposa, oh! Bien mío, ¿quién más feliz que yo?.”
El día 21 de agosto de 1925 hizo su profesión solemne.
Y con Él, fija en la cruz: orar, callar y sufrir”.
Pronto la fama de su santidad, de sus visiones y milagros llegó a estas tierras granadinas, y con ella… la dolorosa prueba de la contradicción.
Fueron muchos los dones extraordinarios que Dios le regaló. Éstos, le ocasionaron multitud de sufrimientos: desprecios, incomprensiones, persecuciones… también en su Comunidad, entre sus hermanas. En este tiempo, además, como en toda su vida, padeció innumerables enfermedades.
“Ya soy toda de Jesús, Él es todo mi vivir”.
El día de la Asunción de la Virgen, 15 de agosto de 1921, Mª Cristina, llena de gozo, tomó el hábito, adoptando el nombre religioso de Mª Cristina de Jesús Sacramentado. Profesó el día 20 de agosto del año siguiente. Este día grande escribía: “Ya soy tu esposa, oh! Bien mío, ¿quién más feliz que yo?.”
El día 21 de agosto de 1925 hizo su profesión solemne.
Siempre respondió Cristina con total entrega al Señor. A pesar de que sentía horror al sufrimiento, al dolor físico y moral, ella supo reconocer en todo la “mano de Dios” que “nos convida a amor por amor”.
Confiaba en la misericordia de Dios que nunca niega su fuerza al que la pide y necesita. Las gracias extraordinarias de su oración, el inmenso amor de Dios que experimentaba, eran la fuerte de su extraordinaria fortaleza en el padecer, de su amor al sufrimiento que la identifica y une a su esposo Jesucristo.
Esta fue, sin duda, la actitud constante de la Hermana Cristina, mientras permaneció en nuestra tierra: decir “SÍ” a Dios, con todas las consecuencias, con toda la fuerza de su amor, y en circunstancias muchas veces muy dolorosas y nada fáciles.
Esta fue su “sabiduría”: saber interpretar y asumir todos los acontecimientos de su vida -gozosos o dolorosos- desde el designio de amor de Dios, que SIEMPRE QUIERE EL BIEN DE SUS HIJOS, aunque a nosotros, muchas veces, nos parezca lo contrario.
Este “SÍ”, es la RESPUESTA DE FE, DE AMOR Y DE ESPERANZA de todo aquel que quiere hacer de su vida “MORADA DE DIOS”, “PRESENCIA DE DIOS”, testimonio vivo del Dios Amor en medio del mundo.
“Aquí estoy – ¡oh Dios! – para hacer tu voluntad”.
San Fernando
En el Carmelo de San Fernando
Una fundación providencial. 15 de octubre de 1946. “De las estribaciones de Sierra Nevada a orillas del Atlántico”.
Dada la tensa situación que se había creado en el seno de la comunidad, se pensó una solución que resolviera el problema en bien de la paz conventual; era necesario salvar para la Orden la vocación de la Hermana Cristina; este nuevo Carmelo era una solución providencial; en el vivió los últimos 34 años de su vida. Para sus hermanas de la Granja guardó Cristina el más grande aprecio y gratitud y el indeleble cariño de su corazón.
“Aquella mañana, ¡qué amanecer!, ¡el día de Ntra. Santa Madre Teresa de Jesús!, ¡15 de octubre de 1946! . ¡Qué despertar! Se veía venir el amanecer. Estoy loca de contenta, ya llegó el día tan deseado de estar dentro de nuestro Convento, de nuestra clausura. Si vierais qué alegre es, qué bonito y qué bonitos jardines tiene. Como se expansiona el alma, en esta soledad de estas salinas. ¿Cómo podré yo explicárselo a ustedes, cuando el alma está ya en su centro ya gozando del extracto de lo que el mundo le llama cruz, que para nosotras es delicia y nuestro refrigerio, donde estamos sacrificándonos y pidiendo por el mundo entero, para hacer que amen y conozcan más a Dios Nuestro Señor, a su Criador y a su Redentor”.
Muchas habían sido las dificultades para encontrar la casa y establecer la Fundación, por eso su alegría era inmensa. Iba a cumplir lo que tanto deseaba: poder vivir escondida, desconocida. Quiso que la llamasen sólo Hermana María, para que no la reconocieran.
La compra de la casa para la fundación era donación de Dña. Dolores Herrera, madre de la M. Trinidad de S. Juan de la Cruz (priora del nuevo Monasterio), con la herencia que correspondía a su hija. Su propósito era además hacerse cargo de todos los gastos iniciales; proveer la Sacristía y las demás oficinas del Convento del mobiliario y los enseres; que la comunidad tuviera lo necesario. Pero Dña. Dolores murió inesperadamente, eran los años de la posguerra española en los que el pan estaba racionado y muy escasos los alimentos básicos. La economía de la nueva comunidad era verdaderamente precaria. Empezaron la vida con la sola riqueza de la misericordia del Señor.
La “Mendiga de Jesús”
La priora, con gran confianza y cariño, le encomendó desde el principio “hacer lo que esté en su mano para sacar adelante la comunidad”. Le dieron libertad de acción para desenvolverse como si fuera la misma priora, pues en su nombre y por su mandato comenzaba a actuar. Cuando los isleños la fueron conociendo les ayudaron con verdadero desinterés, pronto se fue descubriendo la verdadera personalidad de la “Hermana María”. Venían a encomendarle sus necesidades. Por el cariño, admiración y agradecimiento que le tenían ayudaban a la comunidad. Grandes bienhechores del Monasterio de Ogíjares lo van a ser de este nuevo palomar precisamente por amor a ella. Pedía con tal gracia que se desbordaban en generosidad. Sabían que no pedía para si, reconocían las bendiciones y favores que su oración humilde y sencilla alcanzaba del Señor.
Le costaba mendigar, “a eso no se acostumbra uno”, decía. “Yo sigo con mi cargo, el de los apurillos…” El agradecimiento de Cristina a sus bienhechores no tenía límites: “Dios se lo pague, Dios se lo pague, Dios se los pague; ¡con qué pagar tantísimo!, agradecidísima, agradecidísima, agradecidísima; millones de Dios se lo pague”, eran algunas de sus expresiones.
Toda su vida fue, como ella misma se decía, “El cireneo de las prioras”, “la mendiga de Jesús”, “madre oculta”. Dirigía además las obras de los muchos arreglos que necesitaba la casa y estaba al cargo de los trabajadores que entraban en la clausura. Sin protagonismo, en su humildad y rudeza, con su gran amor y entrega fue sacando adelante a la comunidad.
¿Qué dedo me corto que no me duela?
La hermana Cristina probó en su cuerpo toda clase de dolencias. Su gran actividad contrasta con sus enfermedades frecuentes y a veces misteriosas. Sabía por experiencia lo que era el dolor, eso la hizo muy sensible al sufrimiento de los demás. A todos compadecía. Con mucha frecuencia conmovida pedía al Señor que le pasara a ella las enfermedades y dolores, y su oración era escuchada. Se ofrecía así para sufrir, para aliviar a los demás, no solo de un modo espiritual sino también físico. Apremiada desde su interior, a veces la llamaban, o veía los peligros y necesidades desde dentro, sin que recibiera ninguna noticia externa. A veces se pasaba parte de la noche en oración pidiendo al Señor misericordia, otras veces, el don de bilocación la llevaba al lado de algún enfermo, en el hospital. Sabemos del testimonio de soldados heridos en el frente de guerra a los que ella socorrió. Muchos fueron los dones extraordinarios que la Hermana Cristina recibió toda su vida: visiones, revelaciones, éxtasis, bilocación… ella no le daba importancia, sabía bien su propia nada, un “microbio”, sólo deseaba amar a Dios y a sus hermanos con un amor humilde y fuerte, unida a la cruz del Señor.
Con frecuencia venían al locutorio en busca de luz y consuelo, a pedirle consejo y oración, en ella descargaban toda su angustia, y salían llenas de consuelo, admiradas al sentirse adivinadas en sus más ocultos pensamientos, de sus sencillos y acertados consejos. A veces sabía de antemano lo que iba a suceder o lo que había sucedido como si hubiera estado presente y sin que nadie se lo hubiese contado. Fueron muchos los milagros y curaciones que alcanzó en vida, aunque ella siempre decía que había sido el “Médico Divino” o la Virgen “Ntra. Madre del Cielo, nuestra Reina”.
Su vida entregada es fuente de bendición para todos, su oración constante, “como esa llovizna que va empapando y cala, y no se dan cuenta”.
Era muy alegre y simpática, con un gran sentido del humor. El año 1965 quedó ciega, pero no por ello perdió su alegría. Conseguía hacernos olvidar que no podía vernos.
El 24 de Marzo de 1980, muy gastada su naturaleza por tantas enfermedades, con toda paz y lucidez, besando el crucifijo con fervor e implorando la ayuda de nuestra Madre la Virgen, entregó su alma al Señor.
Desde el cielo sigue velando por todos como “madre oculta”.