Así
escribía la hna. Cristina poco después
de la fundación de su querido Convento de San
Fernando. Muchas fueron las dificultades que superaron
confiadas en la misericodia del Señor, muy grande
era ahora su alegría.
Pronto
el Señor fue llamando a las que había
escogido para estar con Él.
Así,
el grupo inicial de seis fundadoras fue creciendo...
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La Hermana Cristina, junto
a su Comunidad. |
El
Convento de Cristina hoy. Testimonio
de nuestra vida contemplativa.
Nos
gustaría que este sencillo testimonio de nuestra vida
fuera como abrir la puerta de nuestro Monasterio a todos
vosotros, que os preguntáis sobre nuestra vida. Que
fuera como si las paredes de nuestro convento se hicieran
transparentes y os permitieran entrar en ese mundo escondido
tras la clausura que quizás os parece misterioso.
¿Qué
hacemos, cómo vivimos?
Lo
primero que veríais al entrar en nuestro convento es
un patio, como los de tantas casas de esta bonita tierra
isleña, con flores, lleno de luz y alegría, pero en
el que se siente un silencio y una paz tan distinta
y especial que nos hace pensar: Dios está aquí, esta
es su casa.
Aquí,
en el nº 224 de la calle Real, vivimos las 13 hermanas
que ahora formamos esta comunidad de Carmelitas Descalzas
de esta Ciudad de San Fernando, tan carmelita, que se
honra de tener a la Virgen del Carmen por Patrona.
Podríais
vernos, como cualquier día, a cada una recogida y en
silencio, muy atareada en sus quehaceres. Una en la
sacristía cuidando con esmero que todo esté a punto
para el culto de la Capilla. Otra en la cocina, guisando
con todo cariño la comida y procurando que salga buena.
Otra lavando y tendiendo, cosiendo, recibiendo a las
personas que vienen a nuestro torno… Algunas hermanas
por su salud o edad ya no pueden trabajar. Ellas ofrecen
al Señor con todo cariño sus dolores y los límites que
toda enfermedad trae, orando constantemente al Señor
por todos. También a ellas las atendemos varias hermanas.
Así,
recorriendo las dependencias de nuestro convento podríais
descubrir personas normales que viven como una familia,
que comen, duermen, atienden a las necesidades de una
casa, que trabajan para vivir y que, sobre todo, se
reúnen muchas veces para orar, leen y estudian sobre
las cosas de Dios, alimentan su vida espiritual con
la Escritura y los Sacramentos y, aunque cultivan el
silencio y la soledad, viven con alegría y sencillez
la vida fraterna, en comunión con la Iglesia y unidas
a todos los hombres sus hermanos.
Una
casa sencilla, personas sencillas, y una vida ordinaria
sin grandes complicaciones. Esto es lo que hacemos,
esto lo que podríais percibir; esa vida desconocida
que se oculta detrás de los muros de la clausura.
Y…
¿esto es todo?. Sí, esto es todo lo que veríais con
estos ojos de carne. Esto y un no sé qué de paz
y alegría que no se sabe decir cómo es.
Es
que, lo más bonito de nuestra vida, no se ve con estos
ojos de carne. Sólo se descubre con los ojos
de la fe. Lo más bonito de nuestra vida pasa en el interior
de cada hermana, en la intimidad de su ser, en ese santuario
interior que todos tenemos por ser personas humanas
y que es lo que nos hace tan valiosos.
Lo
más bonito de nuestra vida se vive en la fe y desde
la fe que nos descubre a Dios tan vivo y real, tan junto
a nosotras en cada instante, que, aunque no vemos a
Jesucristo, lo amamos con todo nuestro corazón, creemos
en Él y nos alegramos con un gozo tan grande
que llena de sentido y plenitud toda nuestra existencia.
Esto
es lo más grande en nuestra vida: que un día Dios se
hizo presente en ella, nos enamoró como Él sabe
hacerlo, y nos llenó tanto de Él, que ya no pudimos
vivir más que con Él y para Él, siempre
con Él. Nuestra vida es vida escondida, sí, es
verdad, hasta para nosotras mismas que la vivimos. Sólo
el Señor sabe de verdad la hermosura que cada hermana
esconde en sí. Cuánto le ofrece al Señor, cuánto amor
y entrega va encerrado en las pequeñas acciones que
realiza cada día.
Santa
Teresita del Niño Jesús decía que Dios no tiene necesidad
de grandes acciones sino sólo de nuestro amor.
De ese amor puro que "no pretende ganancia ni premio,
sino sólo perderlo todo y a sí mismo en su voluntad
por Dios y esa tiene por su ganancia". Ese amor que
en todo lo que realiza no busca dar algo, sino darse
a sí mismo, entregarse. Esta es nuestra vida y nuestra
verdadera ocupación. Y este nuestro mayor deseo: llegar
a tener este amor, cueste lo que cueste. Para ello no
necesitamos ser personas extraordinarias. Sólo
necesitamos tener un corazón sencillo, que reconoce
agradecido los dones que de Dios ha recibido y también
sus límites y su condición pecadora que le lleva muchas
veces a hacer lo que no quisiera. Sólo se necesita
buena voluntad y estar tan enamoradas, tan agradecidas
y contentas de que el Señor nos haya llamado que todo
nos parezca nada lo que podemos hacer por responder
a Su Amor.
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El patio del convento en
la actualidad. |
Santa
Teresita cuando comprendió esta verdad se llenó de alegría.
El amor le dio la clave de su vocación. "En el corazón
de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor". Se dio cuenta
que un poquito de este puro amor es más precioso delante
de Dios y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece
que no hace nada, que todas las obras grandes del servicio
de Dios juntas si no nacen de aquí. Que
nuestras pequeñas acciones en las manos de Dios adquieren
un valor inmenso que se convierte como decía nuestra
Hermana Cristina "en una lluvia fina que
se derrama constantemente sobre los hombres, y no se
dan cuenta pero va calando". En una bendición
continua para todos. Esta es la vida contemplativa,
la que sabe descubrir en lo cotidiano de la vida a Dios,
con los ojos de la fe. La que sabe cuánto nos ha amado
Dios y cuánto nos ama a cada uno personalmente. El
gran tesoro que desde el Bautismo y por nuestra dignidad
de personas creadas a su imagen hay encerrada en nuestra
vasija de barro y el fin de amor para el que hemos sido
creados.
Esta
es la vida contemplativa, la que sabe que siempre hay
un más allá maravilloso detrás de todo lo que percibimos
con nuestros ojos de carne. Y que es posible llegar
ahí y no quedarnos en la superficie de las cosas. Sólo
hay que saber vivir de fe. Sólo hay que dejar
que Dios sea Dios en nuestra vida, sólo hay que
saber dejarle las manos libres y entregarnos para que
pueda hacer con nosotros obras grandes, llenarnos de
su Vida y de su Amor.
Si
nosotros buscamos a Dios mucho más nos busca Él
a nosotros y desea darse sin medida, colmarnos de su
felicidad. Ahora, cuando algún día paséis por nuestro
convento ya sabéis qué hacemos y cuál es nuestro
mayor deseo. Es un regalo muy grande estar aquí, aunque
a quién no ha recibido este don le pueda parecer que
es estar encerrada.
Pedid
al Señor que no perdamos el tiempo, que nos demos del
todo, que sepamos con fidelidad vivir nuestra hermosa
misión en la Iglesia. Y pedidle que los ojos de la fe
estén tan abiertos en nuestro pueblo que haya muchos
jóvenes que sepan ver esa mirada de amor de Jesús que
los invita a seguirle. En todas las vocaciones, lo importante
es que Dios sea amado y puedan saborear en su vida lo
bueno que es el Señor y lo felices que hace a los que
llama para vivir en su casa alabándole siempre.
Que
el señor os bendiga a todos
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Carmelitas
Descalzas de S. Fernando
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